domingo, 11 de abril de 2010

Escena 1

Al voltear con violencia para burlarse de Raúl, Miguel no se percató que la viga del techo estaba a la misma altura de su frente. El golpe sonó como un campanazo seco y en fracción de segundos su rostro se cubrió de sangre, la expresión de Miguel cambio de sorna al pavor. Raúl era unos tres años menor que Miguel, por quien sentía un profundo afecto y respeto, cariño que se siente por los primos cuando todavía se es niño. La tranquilidad que cubría la casa fue sorprendida por la voz:
-¡ABUELA!
Al trasladarlo de donde jugaban, las manos de Raúl que intentaban detener la hemorragia, se cubrieron de sangre, la sien se sentía palpitar bajo su mano. A pesar de la mayor corpulencia de su primo y ayudado por la fría inyección de adrenalina, esa que después causa incontrolables temblores en las extremidades, logró entregarlo en brazos de su abuela. A pesar de todas las emociones, del color y el olor de la sangre, del inmenso rastro dejado desde el lugar de sus travesuras, hubo algo que marcó de por vida al pequeño Raúl: ¿Por qué su héroe, su ejemplo, lloraba y gemía como una niña? Pataleaba para que no le colocaran la anestesia local ¿Por qué gritaba con histeria? Sólo dos puntos le colocaron, nada comparado con su última aventura, donde Raúl terminó atrapado en un alambre de púas, el cual hubo que extraerle púa por púa. ¿A quién seguiría a partir de hoy en sus imaginarias aventuras de guerra?Su compañero sollozaba como una niña en el regazo de la abuela.

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